domingo, 12 de junio de 2011

Juegos pisoteados

Son muchos los hechos que muestran cada día la inseguridad y el riesgo de que son víctimas los niños. Las guerras de conquista desatadas en la última década han provocado dos millones de muertes infantiles, según registros del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF)


Orlando Ruiz Ruiz

Por estos días, cuando en un foro de amplio debate el Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas pasa revista a la realidad de la infancia en el planeta en que habitamos, es rayana hipocresía la enumeración que hacen representantes de algunos Gobiernos sobre supuestos avances a nivel global en el mejoramiento de la vida de los menores.

Los hechos y las cifras evidencian que no hay realmente un sentimiento universal de defensa del derecho y la protección de los niños. Prueba de ello es que ni siquiera una cuarta parte de los recursos prometidos han llegado a Haití para salvar de la muerte a las decenas de miles que actualmente viven sin techo, a merced de las condiciones naturales, la carencia de alimentos y la insalubridad.

Ninguna acción concreta se conoce que hayan realizado quienes tienen la posibilidad de aliviar la situación de extrema precariedad que sufren los infantes en los campos de refugiados saharauies, y solo algunas voces –entre ellas la de Cuba- condenan con energía en los foros internacionales la masacre de que son víctimas los menores y toda la población Libia, como lo han sido antes los palestinos, iraquíes y afganos.

Tal realidad está imbricada en la contradicción principal de nuestra época. La sociedad contemporánea tiene a su alcance en la actualidad mayor disponibilidad de recursos que nunca antes, pero cuantifica la mayor cifra de hambrientos de la historia. Al respecto, numerosos estudiosos afirman que existen potencialidades para asegurar alimentación, salud y bienestar a una población mucho mayor que la existente en el planeta, solo que el actual régimen de inequidad social e injusta distribución de la riqueza lo impiden.

Son muchos los hechos que muestran cada día la inseguridad y el riesgo de que son víctimas los niños. Las guerras de conquista desatadas en la última década han provocado dos millones de muertes infantiles, según registros del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF); otros 4 millones han quedado discapacitados, mutilados, ciegos o han sufrido lesiones cerebrales; al menos 5 millones se han convertido en refugiados y 12 millones más se han visto desarraigados de sus comunidades. Súmese que un número aun mayor ha sufrido un deterioro de su salud, nutrición y educación como resultado de los daños a las cosechas, viviendas, centros de salud y escuelas a causa de los conflictos.

Pero esta tragedia va mucho más allá de las fronteras donde se escenifican las contiendas bélicas. En los Estados Unidos de América “la falta de cobertura médica adecuada pudo haber contribuido a la muerte de unos 17 mil niños a lo largo de las dos últimas décadas”, según un estudio del Centro Infantil del hospital Johns Hopkins, de la propia nación que se sitúa a la cabeza de las economías del mundo.

El tema del derecho y protección de los pequeños revela un dramático contraste; mientras en países ricos se hace visible el desamparo infantil, programas de atención a los menores y servicios de salud y educación universales y gratuitas hacen que, por ejemplo Cuba, la nación que ha sido víctima del bloqueo económico más prolongado de la historia, y que ha sido sometida por los poderes dominantes a una economía de subsistencia, tenga hoy el más alto reconocimiento de la UNICEF en este campo a nivel mundial.

El representante de la organización de ONU en la Isla, Juan José Ortiz, ha dicho a propósito de la 57 sesión del Comité de Derechos del Niño, que “en medio de crisis internacionales, enormes daños por el paso de varios huracanes en 2008 y los retos que suponen los nuevos lineamientos económicos cubanos, la prioridad del trabajo con la niñez es absoluta”.

Las razones para este reconocimiento internacional tienen un fundamento claro: más del 50% de los gastos corrientes del presupuesto estatal son destinados por el Gobierno de la Isla a la salud, educación, asistencia, seguridad social y cultura, cuando en una buena parte de las naciones se multiplican los recortes en estas áreas con el consiguiente abandono a la infancia.

No es la precariedad económica de los Estados la razón principal que impone a los niños a vivir sin derechos ni bienestar; es la falta de voluntad política prevaleciente en los regímenes donde imperan las reglas despiadadas del capital y el mercado.