lunes, 24 de octubre de 2011

Cerco, justificaciones y mentiras

Gráfica: Manuel Fernández Malagón









Una simple lectura a los principales instrumentos jurídicos promulgados por Washington para instrumentar el bloqueo revela cómo este impone restricciones al derecho de personas naturales o jurídicas de cualquier país a establecer vínculos con Cuba.



Orlando Ruiz Ruiz

Hoy martes 25 de octubre la Resolución 65/6 de la Asamblea General de las Naciones Unidas: Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba será sometida por vigésima vez en las últimas dos décadas a la consideración de los actuales 196 Estados miembros permanentes de la Organización Mundial.

Ante los barruntos de una nueva derrota, como ha ocurrido en 19 votaciones anteriores desde 1992, los representantes del Gobierno norteamericano intensifican su tenebroso accionar en todo el mundo con el propósito de justificar, parapetados en una sarta de engañosos argumentos, la “necesidad” de mantener el cerco económico sobre la Isla.

Pero la propia historia de este abominable asedio descaracteriza a sus promotores. Las mentiras comenzaron con el pretexto mismo que esgrimieron ante la opinión pública mundial para iniciar la aplicación de tan arbitraria medida y solo se han modificado según la conveniencia del momento, a fin de evadir las denuncias por el daño que causa a un país soberano desde hace más de medio siglo.

Primero alegaron la supuesta pertenencia de Cuba al eje chino-soviético; le siguió entre los principales pretextos la llamada exportación de la Revolución a la América Latina y luego la presencia de tropas cubanas en África, que ayudaron a preservar la independencia de Angola, conquistar la de Namibia y derrotar al oprobioso sistema de apartheid imperante en Sudáfrica.

Desde hace dos décadas, al perder fundamento estas “razones”, esgrimen una presunta e hipócrita preocupación por los derechos humanos en la Isla del Caribe, cuando el cerco que imponen a la vida de los cubanos es precisamente la más brutal y generalizada violación de los derechos humanos aplicada a pueblo alguno, motivo por el cual califica como un delito de genocidio, según lo preceptuado en la Convención adoptada por la ONU en Ginebra en 1948.

Para confirmar el carácter transgresor del derecho presente en las acciones del bloqueo estadounidense, basta remitirse al memorando gubernamental del 6 de abril de 1960, ya desclasificado, en el que se fundamenta este con el declarado propósito de destruir la Revolución cubana mediante el hambre, la desesperación y el desaliento que, según calcularon sus promotores, tal política podría provocar.

Otra mentira no menos burda de los gobernantes de Estados Unidos es la afirmación de que el asedio económico, comercial y financiero constituye un asunto bilateral entre ese país y Cuba, tesis que esgrimen con el pretendido fin de no conceder legitimidad al debate del tema en la Asamblea General de las Naciones Unidas u otros foros internacionales. Pero el engaño se advierte en su probado carácter extraterritorial, atentatorio de la soberanía de todos los Estados del orbe, además de violar numerosos principios y normas del Derecho Internacional, incluida la propia carta de la ONU.

Una simple lectura a los principales instrumentos jurídicos promulgados por Washington para instrumentar el bloqueo revela cómo este impone restricciones al derecho de personas naturales o jurídicas de cualquier país a establecer vínculos con Cuba.

Esta ilegal práctica ha sido reforzada a partir de la última década del pasado siglo, sobre todo con la promulgación de la Ley para la Democracia Cubana o Ley Torricelli, en 1992, y de la Ley para la Solidaridad Democrática y la Libertad Cubana, conocida como Ley Helms-Burton, en 1996.

El recrudecimiento del bloqueo en lo tocante a las regulaciones en asuntos que competen a otros Estados se hizo aun más patente a partir de que, con la desintegración en 1991 de la antigua Unión Soviética desapareció el mundo bipolar que ponía freno a las apetencias imperiales.

La administración del presidente Barack Obama ha impuesto en menos de dos años alrededor de mil 100 millones de dólares en multas a individuos, empresas y bancos por realizar operaciones con Cuba prohibidas por el bloqueo, cifra que supera con creces el monto de las castigos que otras administraciones estadounidenses han aplicado por esa causa.

Los tentáculos del cerco anticubano, cada vez más extendidos hacia el resto de las naciones, evidencian así que las pretensiones de dominación mundial de los Estados Unidos no solo se mantienen, sino que se intensifican.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Los matices de la pobreza

En Cuba no hay desnutrición infantil ni ancianos tirados por doquier en los rincones. Nadie ha visto a un solo niño que duerma en los parques, y organizaciones sanitarias internacionales evaluaron hace poco a este país como el de mayor seguridad para el desarrollo de la maternidad y el ulterior bienestar de la madre y el pequeño.

Orlando Ruiz Ruiz
A finales del pasado invierno, en una crónica de contrastes amargos que escribí en La Rioja, reflexionaba sobre la impresión que me había provocado una mujer harapienta, de rostro ajado y ojos suplicantes, que en medio del frío del atardecer esperaba a la puerta de un mercado por las limosnas de los transeúntes.
Yo había viajado a España sin más recursos que mi condición de periodista, gracias a la generosidad de una publicación amiga interesada en dialogar con reporteros cubanos sobre la realidad que en nuestro país se vive cada día, marcada por las mil y una privaciones que impone el resistir con independencia en una nación pobre que ha desafiado al más grande de los poderes mundiales.
En mi relato de aquel momento hacía manifiesta la pena de no poder satisfacer el reclamo de quien mendigaba ante mí. Ciertamente no disponía de dinero alguno, como ocurre por lo general a los profesionales cubanos invitados por instituciones de otros países. Sin embargo, pensé entonces en los matices de la pobreza y así lo deje patentizado en una de las líneas de mi trabajo. Aquella mujer riojana y yo éramos dos pobres diferentes, aunque ninguno de los dos tuviera siquiera unas monedas en el bolsillo. Finalmente me marché de España y no dije más, pero sabía que estaba en deuda con aquella reflexión y volvería a escribir sobre ella.
Hoy mis ojos tropiezan con la noticia: “Cuba es el único país de América Latina cuyos ciudadanos se encuentran entre las poblaciones con mejores resultados en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) no económico en la última década”.
Este indicador de Naciones Unidas tiene en cuenta tres aspectos: vida larga y saludable; educación (medida por la tasa de alfabetización de adultos y la tasa bruta combinada de matrícula en educación primaria, secundaria y superior), y nivel de vida digno (medido por el PIB per cápita).
Somos ciertamente pobres, y hay quienes aseguran que el ingreso promedio de nuestra población no sobrepasa los 20 dólares mensuales; sin embargo, ese afirmación no es del todo cierta. Ningún cubanólogo trasnochado dice, por ejemplo, que por el conjunto de consumos domésticos de electricidad, gas y agua en cualquier familia el gasto no sobrepasa el valor de tres dólares y que el ciudadano que amortiza en un banco el crédito que se le concedió para la obtención de la vivienda, de la que ya es propietario, solo paga el 14 por ciento de todo cuanto cobra por su trabajo, sin ser víctima de hipoteca alguna, como ocurre en buena parte del mundo.
No hay holgura económica; vivimos con estrechez; es limitada la posibilidad de obtener una vivienda o un automóvil, pero en Cuba no hay desnutrición infantil ni ancianos tirados por doquier en los rincones. Nadie ha visto a un solo niño que duerma en los parques, y organizaciones sanitarias internacionales evaluaron hace poco a este país como el de mayor seguridad para el desarrollo de la maternidad y el ulterior bienestar de la madre y el pequeño.
Yo no soy de los que ganan más, pero en mi despensa hay siempre un modesto alijo, al menos de arroz, granos y huevos que aun en estos tiempos de crisis adquiero subsidiados a precios muy bajos. Mi pan de cada día cuesta menos de medio centavo de dólar; no es excelente, pero llega a cada mesa, incluso a la de quienes disponen de mayores beneficios económicos.
Ahora en mi país nos hemos planteado el reordenamiento de la economía y la eliminación de gastos con los que no puede cargar el Estado; pero no desaparecerá nunca el subsidio que protege a los más desposeídos. La cartilla de racionamiento que más bien era dádiva generosa para todos los cubanos, comenzará a tener un tratamiento particularizado. Hasta el presente existía el subsidio a los alimentos, en lo adelante se subsidiará a personas, mientras quedarán exentos de este beneficio aquellos que no lo necesiten.
Así pues, los que en Cuba somos pobres no tenemos que mendigar como aquella mujer de La Rioja, que al igual que otros muchos ancianos en toda Europa, no dispone de protección social alguna y tienen como único techo el cielo de su patria.