miércoles, 4 de agosto de 2010

Imposible ver la luna del Ramadán














Por Orlando Ruiz Ruiz

La luna anunciadora del Ramadán ya comenzó a tocar a las puertas de la noche islámica; el 10 de agosto debe iniciarse el mes de retiro, ayuno y meditación en que los devotos invierten la mayor parte de su tiempo en la lectura del Corán. Es la fecha de su renovación de fe. Pero ocurre que muchos en Kabul, Bagdak, Kandahar o Faluya tendrán que transgredir forzosamente esta jornada de voto a Alá, porque un padre, un hijo o una mujer encinta pueden yacer insepultos, víctimas de los “daños colaterales” que provoca la prolongada intervención militar de Estados Unidos y sus aliados.
La continuación del estado de guerra a que está sujeta la población civil en medio de la celebración religiosa más importante para decenas de países árabes, asiáticos y otros del continente africano, es, aparte de un genocidio, un auténtico desafío a la espiritualidad del ser humano, a su libertad de fe y al respeto que merecen hombres y mujeres que representan en el conjunto de pueblos y comunidades islámicas de todas las latitudes la sexta parte de los habitantes del mundo.
Para los más de mil millones de musulmanes, este mes lunar es un tiempo de alegría y en él encuentran, al repasar las páginas del Libro Sagrado, la luz para vivir cada día más y mejor. Desde el alba y hasta que se pone el sol no se puede comer, beber ni mantener relaciones sexuales. Con estos ejercicios de dominio, el creyente musulmán manifiesta su veneración a Dios y su adhesión a la doctrina revelada en el Corán al profeta Mahoma.
Las noches, ahora festines de disparos o luces fantasmagóricas esparcidas al cielo desde el estallido de cada coche bomba, suelen estar acompañadas durante el Ramadán por cenas festivas entre familiares y amigos. Se trata, aunque no exclusivamente, de un mes de fiesta, por haber recibido de Dios el mensaje del Corán, y no es en ningún caso un mes de mortificación ni de penitencia.
Cabría preguntarse si podrán los habitantes de estas tierras ver en la noche anunciadora la luna llena que les avisa de la llegada de su fiesta milenaria. Otros destellos, menos generosas que la diáfana claridad selenita, traerán consigo fatales augurios en la actual fiesta del Ramadán.
A despecho del precepto de fe islámica, que atestigua que cualquier petición del creyente sincero puede ser satisfecha cuando se hace en la llamada Noche del Destino, denominada una fiesta dentro de la fiesta musulmana, tal parece que esta vez a los sufridos pueblos mediorientales sumidos en el estruendo de la muerte que retumba en las calles de sus ciudades y aldeas, ni siquiera les será posible pedir el derecho a vivir.

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