domingo, 29 de abril de 2012

La indignación, pólvora y vaticinio

Ya nadie puede ignorar en este planeta sometido al saqueo y la metralla que un sentimiento amalgamado de sudor y sufrimientos ha ido forjando voluntades y acumulando fuerzas. Las barricadas del proletariado se van alistando. Un día cualquiera de la historia de estos nuevos tiempos la explotación del hombre por el hombre será inexorablemente barrida para convertirse en un triste recuerdo del pasado. Millones de mujeres de todas las latitudes son también protagonistas excepcionales de la recién estrenada rebeldía


Orlando Ruiz Ruiz

A despecho de los opresores, el mundo se estremecerá este 1ro de Mayo: los hombres y mujeres que cuecen el pan, plantan la simiente y forjan el acero celebrarán el Día Internacional de los Trabajadores, y lo harán, sobre todo, con marchas de protesta y otras manifestaciones de inconformidad frente al injusto orden social imperante que ya ha llevado a la pérdida del empleo a 200 millones de personas.

No es simple coincidencia que en Estados Unidos, símbolo del mayor desarrollo de una sociedad moderna, haya sido convocada una huelga que amenaza con extenderse a más de un centenar de ciudades y que los trabajadores españoles anuncien lanzarse en multitud a las calles para denunciar los brutales recortes contenidos en la reforma laboral dictada por el Gobierno de Mariano Rajoy, que ha elevado esta semana el número de desempleados a más de 5 millones.

Razones sobran para que nuevas banderas, símbolos de la defensa de los derechos pisoteados, flameen en plazas y avenidas de todas las latitudes. Al comenzar el duodécimo año de la nueva centuria, y más allá de los nobles empeños de numerosas organizaciones internacionales en todos los continentes, el desempleo y la discriminación laboral, lejos de reducirse crecen y se han diversificado.

Es un hecho conocido el incremento en los últimos años de la exclusión laboral por razones religiosas, sobre todo en desmedro de los colectivos musulmanes en países occidentales. Del mismo modo tienen las puertas cerradas al trabajo las personas que han contraído el VIH. Pero las mujeres son el ejemplo más notorio y siguen siendo víctimas en casi todos los aspectos del empleo: desde los puestos de labor a que pueden acceder, la remuneración, las prestaciones, hasta su acceso a los cargos de toma de decisiones.

En la mayoría de los países, el sueldo que reciben las féminas representa entre el 70 y el 90 % del de los hombres; además, la brecha es mayor para las que tienen hijos. Aún así, las estadísticas sobre las diferencias salariales de género casi nunca incluyen a los millones de amas de casa que no reciben remuneración por su trabajo familiar, y que representan el 25% de la fuerza laboral global.

A esta dramática discriminación se suma que en los últimos años, a medida que la feminización de la inmigración ha ido en aumento, ha crecido también la magnitud de problemas específicos que recaen sobre las mujeres. Cuando estas emigran de sus países de origen forman un colectivo especialmente vulnerable, sujeto al maltrato, doméstico y familiar, a la más deshumanizada explotación y a la total vulneración de sus derechos básicos en las esferas personal, laboral, educativa, sanitaria, relacional o sexual.

Las condiciones de especial inseguridad a que están sometidas provienen de la carencia de redes sociales naturales en las que puedan apoyarse en los países ricos a donde viajan. A ello se suma que al partir con su jolongo a cuestas han dejado atrás los vínculos familiares y de amistad, con la consiguiente pérdida de apoyo al momento de verse en desamparo en una tierra extraña, sin olvidar las dificultades económicas, lingüísticas, psicológicas o documentales que también las acosan.

Según lo ha evaluado la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ciertos grupos son víctimas de discriminación múltiple, como las mujeres con discapacidad o las jóvencitas. Pero también influye la nacionalidad real o supuesta de la emigrante, la condición racial, étnica o religiosa y otros factores relacionados con su origen o procedencia.

La propia OIT ha denunciado que las prácticas discriminatorias pueden estar presentes en las legislaciones, las políticas, o las medidas que se adopten en la práctica . Y pone el ejemplo de Italia, donde los no europeos no pueden acceder al empleo público, aún teniendo residencia legal.

Los trabajadores migrantes en general soportan condiciones de trabajo injustas tanto en los países en desarrollo como en los más ricos: largas jornadas laborales en ambientes insalubres, menor o nulo acceso a la seguridad social, inferior salario y, en algunas naciones, prioridad para el despido. Sus gritos de condena retumbarán también mañana en los oídos de los opresores como pólvora y vaticinio.

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