miércoles, 19 de octubre de 2011

Los matices de la pobreza

En Cuba no hay desnutrición infantil ni ancianos tirados por doquier en los rincones. Nadie ha visto a un solo niño que duerma en los parques, y organizaciones sanitarias internacionales evaluaron hace poco a este país como el de mayor seguridad para el desarrollo de la maternidad y el ulterior bienestar de la madre y el pequeño.

Orlando Ruiz Ruiz
A finales del pasado invierno, en una crónica de contrastes amargos que escribí en La Rioja, reflexionaba sobre la impresión que me había provocado una mujer harapienta, de rostro ajado y ojos suplicantes, que en medio del frío del atardecer esperaba a la puerta de un mercado por las limosnas de los transeúntes.
Yo había viajado a España sin más recursos que mi condición de periodista, gracias a la generosidad de una publicación amiga interesada en dialogar con reporteros cubanos sobre la realidad que en nuestro país se vive cada día, marcada por las mil y una privaciones que impone el resistir con independencia en una nación pobre que ha desafiado al más grande de los poderes mundiales.
En mi relato de aquel momento hacía manifiesta la pena de no poder satisfacer el reclamo de quien mendigaba ante mí. Ciertamente no disponía de dinero alguno, como ocurre por lo general a los profesionales cubanos invitados por instituciones de otros países. Sin embargo, pensé entonces en los matices de la pobreza y así lo deje patentizado en una de las líneas de mi trabajo. Aquella mujer riojana y yo éramos dos pobres diferentes, aunque ninguno de los dos tuviera siquiera unas monedas en el bolsillo. Finalmente me marché de España y no dije más, pero sabía que estaba en deuda con aquella reflexión y volvería a escribir sobre ella.
Hoy mis ojos tropiezan con la noticia: “Cuba es el único país de América Latina cuyos ciudadanos se encuentran entre las poblaciones con mejores resultados en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) no económico en la última década”.
Este indicador de Naciones Unidas tiene en cuenta tres aspectos: vida larga y saludable; educación (medida por la tasa de alfabetización de adultos y la tasa bruta combinada de matrícula en educación primaria, secundaria y superior), y nivel de vida digno (medido por el PIB per cápita).
Somos ciertamente pobres, y hay quienes aseguran que el ingreso promedio de nuestra población no sobrepasa los 20 dólares mensuales; sin embargo, ese afirmación no es del todo cierta. Ningún cubanólogo trasnochado dice, por ejemplo, que por el conjunto de consumos domésticos de electricidad, gas y agua en cualquier familia el gasto no sobrepasa el valor de tres dólares y que el ciudadano que amortiza en un banco el crédito que se le concedió para la obtención de la vivienda, de la que ya es propietario, solo paga el 14 por ciento de todo cuanto cobra por su trabajo, sin ser víctima de hipoteca alguna, como ocurre en buena parte del mundo.
No hay holgura económica; vivimos con estrechez; es limitada la posibilidad de obtener una vivienda o un automóvil, pero en Cuba no hay desnutrición infantil ni ancianos tirados por doquier en los rincones. Nadie ha visto a un solo niño que duerma en los parques, y organizaciones sanitarias internacionales evaluaron hace poco a este país como el de mayor seguridad para el desarrollo de la maternidad y el ulterior bienestar de la madre y el pequeño.
Yo no soy de los que ganan más, pero en mi despensa hay siempre un modesto alijo, al menos de arroz, granos y huevos que aun en estos tiempos de crisis adquiero subsidiados a precios muy bajos. Mi pan de cada día cuesta menos de medio centavo de dólar; no es excelente, pero llega a cada mesa, incluso a la de quienes disponen de mayores beneficios económicos.
Ahora en mi país nos hemos planteado el reordenamiento de la economía y la eliminación de gastos con los que no puede cargar el Estado; pero no desaparecerá nunca el subsidio que protege a los más desposeídos. La cartilla de racionamiento que más bien era dádiva generosa para todos los cubanos, comenzará a tener un tratamiento particularizado. Hasta el presente existía el subsidio a los alimentos, en lo adelante se subsidiará a personas, mientras quedarán exentos de este beneficio aquellos que no lo necesiten.
Así pues, los que en Cuba somos pobres no tenemos que mendigar como aquella mujer de La Rioja, que al igual que otros muchos ancianos en toda Europa, no dispone de protección social alguna y tienen como único techo el cielo de su patria.

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