viernes, 14 de mayo de 2010

Haití: la antigüedad de la pobreza

La tragedia en esta nación del Caribe no es un fenómeno nuevo. Para la mayoría de sus habitantes “el que está enfermo se tiene que morir”, porque salvarse siempre ha costado muy caro


Por Orlando Ruiz Ruiz

Haití vive en emergencia permanente, el mundo lo sabe. Y como asegura un nativo, la mayoría de los pobladores actuales de este país no tiene memoria alguna de épocas de bienestar.

Pero en esta tierra no siempre se enseñoreó la miseria, hace poco más de dos siglos la nación caribeña producía las tres cuartas partes del azúcar mundial. Las sucesivas intervenciones extranjeras y la voracidad de la dictadura de los Duvalier sumió al país en la pobreza y el desamparo.

Hace algo más de una década una reportera cubana que visitó entonces a los médicos cubanos que ya prestaban servicios de colaboración en la isla, relata: “por el borde de las calles y caminos corre el agua de los vertederos. Allí es frecuente ver gente que orina o defeca, pero también niños que enjuagan sus manos o hacen navegar un barco de papel, en inocente desafío a la enfermedad”.

La estampa de Puerto Príncipe antes de ser barrida por el terremoto era la de una ciudad de contrastes: modernos automóviles circulaban por las estrechas calles y caminos sin asfaltar, rodeados de un ejército de transeúntes que se movían entre el polvo con cestas o cualquier tipo de artefacto sobre sus cabezas.

Esta urbe nació en las faldas de un sistema montañoso que forma parte de casi todo el territorio haitiano. La ciudad nunca ha prosperado, pero ha crecido hacia arriba. La lucha por la supervivencia de los pobres y el intento de evasión de los más ricos se fue convirtiendo con los años en un maratón interminable. Unos agarraban a como se podía sus chozas a las laderas; otros, los más “afortunados”, afincaban los cimientos de sus palacetes en lo alto. El terremoto aplicó a todos su justicia.

Para los grandes medios tal parece que el desastre comenzó el 12 de enero del 2010; pero hace 20 años cifras oficiales indicaban que el 70% de los haitianos no tenía empleo, mientras la deuda con los Estados Unidos y la Unión Europea, superaba ya los 900 millones de dólares. Por esa época las Naciones Unidas habían reconocido que el 70% de los habitantes de Haití vivía por debajo del nivel de pobreza, y no había grietas en la tierra.

La tragedia para este pueblo no es un fenómeno nuevo. Para los haitianos “el que está enfermo se tiene que morir”, porque salvarse siempre ha costado muy caro y están muy entronizadas las predestinaciones religiosas que justifican en las personas pobres esta realidad. Los médicos cubanos que han trabajado entre la población de los barrios insalubres desde hace más de una década han ayudado a borrar ese concepto fatalista.

Ahora ocurre que las naciones más poderosas prometen perdonar la deuda, pero no dicen cuál de ellas. El 40% está en propiedad del Banco Mundial, el otro 40% es con el Banco Interamericano de Desarrollo, y del 10% es acreedor el Fondo Monetario Internacional. Son precisamente estas instituciones crediticias las que convirtieron con sus políticas de choque a Haití en un país mendigo.

El gobierno de Estados Unidos dice que va a dedicar miles de millones de dólares para ayudar al pueblo haitiano. En los días posteriores al terremoto comenzó enviando 2 mil soldados y 250 “sanitarios”.

Actualmente este país en bancarrota y devastado por el terremoto no necesita a los militares norteamericanos o los de la ONU, ni promesas de préstamos, sino una ayuda concreta como la que llevará la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América.

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