miércoles, 2 de junio de 2010

Un abismo climático se abre a nuestros pies



Por Orlando Ruiz Ruiz
El 5 de junio, día consagrado por la Organización de Naciones Unidas al medio ambiente, debe ser un aldabonazo a la conciencia de quienes aún viven de espaldas a la tragedia que nos depara el Cambio Climático
Puede vivirse en la calidez del trópico o habitar entre los hielos del perenne invierno austral. En todas las latitudes se han hecho presentes ya de algún modo los efectos que sobre la atmósfera terrestre ha provocado el desenfreno tecnológico incontrolado. La mayor parte de las industrias del presente son como un perro rabioso sin bozal; a puras dentelladas devoran lo poco que nos queda de aire limpio, y con su sed, consumen sorbo a sorbo el agua del planeta hasta agotar cada fuente.
Los gases de efecto invernadero, agentes principales del calentamiento global, aumentan su presencia cada día e inundan el precario oxígeno que respiramos con una cantidad cada vez mayor de CO2 y otros gases resultantes del uso indiscriminado de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y sus derivados).
Ya es una certeza la predicción hecha hace algunos años por los científicos: de no tomarse oportunamente las medidas adecuadas la temperatura del planeta se elevará entre dos y seis grados (Celsio) en el presente siglo.
Desde 1850 hasta la fecha el calor de nuestro planeta se intensificó en alrededor de un grado. La atmósfera hace más de un siglo que suda sus fiebres, y no estaba aún invadida en la magnitud en que ahora la envenenan el crecimiento de la polución industrial, las guerras continuas, los incendios forestales y otros factores resultantes de las sociedades modernas.
Durante largos períodos disminuyen las precipitaciones en vastas áreas de la geografía mundial; pero, paradoógicamente aumentan las lluvias ácidas que dañan la vegetación, alteran los componentes naturales del agua de los ríos y de los suelos, con la incorporación a estos de agentes salidos de las emisiones de gases de las centrales térmicas y los vehículos de motor.
La fabricación, manipulación y empleo irresponsable de sustancias tóxicas (pesticidas y plaguicidas) representa un elevado riesgo para la naturaleza y la salud humana. La mayoría de los productos químicos obtenidos a través de síntesis en el presente, penetran en el medio ambiente y persisten en él durante largos períodos debido a su resistencia a la degradación biológica.
Mientras tales daños al entorno natural están presentes, son deforestadas también amplias áreas boscosas. Regiones ricas en plantas maderables, sobre todo en el sudeste de Asia y la cuenca del río Amazonas comienzan a despoblarse de vegetación sin que haya programas serios para reforestarlas.
Estudios recientes confirman que debido a la acelerada erosión de los suelos hoy están degradadas entre la tercera y la quinta parte de las tierras de cultivo en el mundo. Paralelamente se pierden tierras cultivables debido a la urbanización, el emplazamiento de industrias y otros usos asociados.
A estos males se suma un progresivo descenso en la calidad y disponibilidad del agua, debido principalmente a su creciente empleo en la industria, la agricultura y los procesos urbanos que requieren de ella. Se calcula que alrededor del 75% de la población rural del mundo y el 20% de su población urbana carece de acceso al agua no contaminada.
Tan dramáticas realidades tiene su origen en el sistema de relaciones sociales entronizado y desarrollado por la sociedad capitalista, incapaz de de privilegiar nexos armónicos entre los hombres y con la naturaleza. Se hace imprescindible barrer de la faz de la tierra los conceptos que priorizan la obtención de ganancias y el enriquecimiento por encima del bienestar de los seres humanos. Un abismo climático se abre a nuestros pies; el planeta vive hoy a merced de un peligro real y nuestra especie es amenazada con su extinción. ¿Dejaremos que tal desastre ocurra?

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